Y entonces apareció él
La verdad es que no sé por dónde empezar. Suceden tantas cosas a mi alrededor que no doy abasto. El tiempo vuela y me absorbe una espiral de encuentros y reencuentros, cursos, proyectos, espectáculos, escapadas y noticias por doquier. Me he planteado hablaros de Bárcenas, Chipre, el espionaje político, los bancos o -directamente- centrarme en ese libro tan brutal como ineludible que se llama “España, destino tercer mundo”, del periodista Ramón Muñoz. Para oxigenar el panorama, he pensado en escribir sobre cine o teatro (si antes recordábamos el varapalo del IVA al sector cultural, estos días han salido nuevos datos demoledores: ¡unámonos para frenar la sangría!). También se me ha ocurrido una agenda repleta de propuestas musicales, cómicas y otros entretenimientos ideales para esta época convulsa. ¡Pero no!
De súbito (y nuevamente), llegó él, el de siempre: uno de los de ese infame clan que confunde la polémica constante con una supuesta e incomprensible integridad cuando -seamos claros- su existencia revela un ejercicio tenaz de maldad, envidia, injusticia o egolatría. Todos hemos coincidido alguna vez con tipos así, seguro. Me refiero a Mourinho, que ha vuelto a desatar ríos de tinta acusando de fraude la elección de Vicente del Bosque como mejor entrenador del mundo en la reciente gala de la Fifa. Lamentable. Y no soy ventajista: no me ha gustado nunca Mou. Lo he recordado siempre, desde antes de corroborar sus tropelías. No me gustan “los Mous” de la vida cotidiana. Sospecho que lo mejor para el Real Madrid, gane o no la Champions, pasa por renovar el banquillo y recobrar cuanto antes la imagen del club: el señorío, la deportividad…
Hace unos días compartía con los amigos de la Fundación Brahmansports su visión del deporte: un juego competitivo unido a valores tan maltrechos como el compañerismo, el fair play o el respeto mutuo. Olvidé decir que lo más fácil para lograr este objetivo es, sencillamente, hacer todo lo contrario que Mourinho.
¡Feliz Semana Santa!
De súbito (y nuevamente), llegó él, el de siempre: uno de los de ese infame clan que confunde la polémica constante con una supuesta e incomprensible integridad cuando -seamos claros- su existencia revela un ejercicio tenaz de maldad, envidia, injusticia o egolatría. Todos hemos coincidido alguna vez con tipos así, seguro. Me refiero a Mourinho, que ha vuelto a desatar ríos de tinta acusando de fraude la elección de Vicente del Bosque como mejor entrenador del mundo en la reciente gala de la Fifa. Lamentable. Y no soy ventajista: no me ha gustado nunca Mou. Lo he recordado siempre, desde antes de corroborar sus tropelías. No me gustan “los Mous” de la vida cotidiana. Sospecho que lo mejor para el Real Madrid, gane o no la Champions, pasa por renovar el banquillo y recobrar cuanto antes la imagen del club: el señorío, la deportividad…
Hace unos días compartía con los amigos de la Fundación Brahmansports su visión del deporte: un juego competitivo unido a valores tan maltrechos como el compañerismo, el fair play o el respeto mutuo. Olvidé decir que lo más fácil para lograr este objetivo es, sencillamente, hacer todo lo contrario que Mourinho.
¡Feliz Semana Santa!