14 julio, 2010

Una de champiñones

… Y el camarero del espectáculo nos sirvió el manjar en bandeja de oro. Queridos lectores, hoy voy de raciones, de tapas lingüísticas para compensar tanto brindis. Cosas de la eufórica resaca, acaso de esos sueños que se hacen realidad. Y es que uno está como aquel protagonista del cuento de Fontanarrosa: al borde del colapso. Por el Mundial y por unas vacaciones excelentes y agotadoras. Regreso feliz al trabajo y, por ahora, sin depresión, aunque siempre se está mejor en la playa del Papagayo o el Risco. Pero me gustan los reencuentros y la alegría de la muchedumbre. Como dice Sámano, qué grande España Fútbol Club: un equipo ejemplar que ha dejado en evidencia, valga el pleonasmo, al patriotismo barato que campa por doquier. La mejor selección de la historia nos ha invitado a una de champiñones, pese a la sempiterna furia de apocalípticos que estos días camuflan su precipitada desfachatez e ignorancia con vítores ventajistas. Así es el deporte, como la vida, como Shakespeare: revela las bajas pasiones y también demuestra, como La Roja, que defender el arte merece la pena e incluso tiene premio. La Naranja Mecánica fue más bien la de Kubrick y no la del maestro Cruyff. El espontáneo beso de Casillas a Sara Carbonero, un gol por la escuadra de la envidia y la amargura. Xavi, Iniesta, Villa, Cesc y todos estos malabaristas del balón, un privilegio para quienes, como escribe Galeano, somos mendigos de buen fútbol. Ay, enhorabuena y gracias por dejarnos una epopeya para contar a las generaciones venideras. Todo lo demás sigue igual, lo sé, pero la gente sonríe y eso es una buena noticia. Un momento antológico que he aguardado impaciente desde Madrid, Tavernes, Gran Canaria y Lanzarote. Con el corazón en vilo, rememorando infinitas sensaciones y siempre bien acompañado. Y llegó la final. Tras una bonita boda cercana, una agradable sorpresa, miles de tareas y muchos nervios, la vi con mi álter ego -ese prodigio que se llama Noemí- y una pareja galáctica de las que justifican la existencia (http://www.cangrejerosencandela.blogspot.com/). Una celebración con la familia y amigos que ha puesto el broche a nuestro periplo por el paraíso: absortos por el talento de César Manrique, conmovidos ante los milagros de la naturaleza, pletóricos en las aguas de esas islas que nos descubrieron los dos impagables tipos de Agaete que conocimos en Estambul, levantando -como ellos y su estupenda cuadrilla- la ancestral Rama que simboliza los mejores augurios. Los que necesitamos todos, supongo.